Conocí al pequeño Víctor Alba hace algo mas de 5 años cuando apenas contaba los 19. Niño de inconfundible carisma, indudable talento y cuidada vestimenta. Ese mismo verano nos hicimos amigos, por el “GuayLabel”, los Chichos y nuestro amor incondicional al Fary.
Quiso el tiempo, yo dando tumbos y él fiel a la ciudad de Farina, reunirnos por sorpresa en el aun sin reformar Palacio de Quintanar. Un abrazo, un beso y unas “cañejas” bastaron para reforjar la amistad siempre latente. El pillo era ya hombre irreverente castizo Santanderino y yo su muy orgulloso bilateralmente proclamado hermano.
Ahora Víctor rueda por Serbia, seguramente avasallando,. Devorando la experiencia de la melancolía gris de su Salamanca querida y gozando del juego de la madurez autoimpuesta.
Quien pudiera disfrutar en compañía de la “Doble Alba” o al menos de una sola.