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EXPOSICIÓN

lunes, 23 de febrero de 2009 § 2


LA ESTANCIA DE CASANOVA

Una presencia extraña entra esta mañana en mi despacho. Una primera impresión sigilosa sólo distinguida por una descuidada barba rojiza. Y no es que Casanova pase desapercibido, suficiente holgura física no supera el buen ocultamiento mañanero. Baja de la buhardilla “prestada” de la facultad, que no es la suya valenciana, pero le hace las veces de cobijo creativo. Parece que hoy su eterna melancolía levantina no coincide con tradición colorista alguna. Y esto es porque viene vestido de ropa de calle ya pintarrajeada, añeja, y camuflada. Algún día fue ropa de domingo, con ella quizás asistió a la comunión de un primo, o a la nerviosa cita de alguna chica en el centro.

Sin embargo hace mucho tiempo que dejó de inquietar el primer arrimo al lienzo fresco, típica primera línea irregular manchada a la altura de los muslos. Pantalón y camiseta beige ya casi goyesca por el rancio abolengo de los matices generados por los desechos de su paleta, goteos y derrames espaciados en el tiempo. Atuendo turbio que adquiere el nivel de su obra, al menos en esa capacidad de entonado medio.

Es por eso que un Casanova entra como siempre ansioso, pero más silencioso, casi sin notarse. No me dice nada, pero esta vez su inquietud reside en la espera de que sea cumplimentada su solicitud de texto para su próxima muestra. Toma prestado el trípode, me acompaña a un café, y vuelve a marcharse como sin dejar mácula. Parece que ya es el tiempo de hacer balance gráfico de sus obras realizadas.

Sube apesadumbrado las espesas escaleras que acceden al palomar de la facultad. Llegar a este lugar un destierro, aunque figurado, que se convierte en el autentico reto de sus últimos años en la Isla. Lejos de todo su ambiente familiar Alejandro conoce la parte oscura de la isla, donde la ligera luz de sus paisajes no se corresponde con la poca fluidez productiva en estos espacios. Ya lo imagino, en este atalaya de soledad, mimetizado en sus lienzos. Todo en un color que se me antoja muy español, de rosado torero, y recinto de aire espeso, un habitáculo estudiantil con platos sin fregar.

Pero las imágenes fotográficas no pueden transmitir muchos elementos presenciales de los óleos. La estancia de Casanova es un espejo denso de realidad que se convierte en pintura. Concentrado de carne y tabaco, de convivencia consigo mismo y sus espejos. En ellos, quizás, se esté mirando ahora como siempre insatisfecho, por muy afortunado que sea y afortunadas sus compañías.

El síndrome loser ya es una postura creativa y extrañamente positiva en el ánimo pictórico: nada que perder, todo que ganar. En este lugar seguiré cuidando con brutal delicadeza aquellas compañías cotidianas que se acerquen. Así soy yo y mi ego malherido que invita a paella: sentado y desnudo de la piel de mi ropa de trabajo, pero en el mismo cromatismo de socarrat incrustado. Enciendo mi mechero, y con el mismo giro de muñeca mancharé, dando muestra de mi potencial abundancia. Luego cruzaré otro brochazo, como un alcohólico de carta de oro girara una esquina, y así plegaré el espacio de mi estancia salpicada.


Atilio Doreste. Tacoronte, 9 de febrero de 2009

Profesor titular del departamento de pintura y escultura de la ULL

miércoles, 18 de febrero de 2009 § 2


Nunca seré tu amigo. Óleo sobre lienzo. 147 x 195 cm

Antesala de film sodomita 2. Óleo sobre lienzo, 200 x 146 cm.


Antesala de film sodomita 1. Óleo sobre lienzo. 200 x 200 cm.


Dolor de cabeza. Óleo sobre lienzo. 146 x 200 cm.


Tarde de domingo posnerdista. Óleo sobre lienzo. 146 x 195.


Centro de meditación. Óleo sobre lienzo. 146 x 100 cm


Usurpación de territorio. Óleo sobre lienzo. 146 x 100 cm.


Federal Art Project (WPA). Óleo sobre lienzo. 146 x 100 cm.


Hombre caucasico heterosexual. Óleo sobre lienzo. 146 x 100 cm